viernes, agosto 10, 2007

Sin culpa

Mamá se quedó aquella noche en mi cuarto, y como para no aguar con remordimiento alguno esas horas tan distintas de lo que yo lógicamente me esperaba, cuando Francisca preguntó, al comprender que pasaba algo viendo a mamá sentada a mi lado, mi mano en la suya y dejándome llorar sin reñirme, qué le sucedía al señorito que lloraba tanto, mamá contestó: "Ni él mismo lo sabe, está nervioso; prepárame enseguida la cama grande y suba usted a dormir". Y así, por vez primera, mi pena no fue ya considerada como una falta punible sino como un mal involuntario que acababa de tener reconocimiento oficial, como un estado nervioso del que yo no tenía la culpa; y me cupo el consuelo de no tener que mezclar ningún escrúpulo a la amargura de mi llanto, de poder llorar sin pecar.

Marcel Proust, En busca del tiempo perdido, Por el camino de Swan, 1913

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