Voy paseando en el auto con mi hija y cuando llego a la altura de la clínica, donde la calle es especialmente angosta, el auto de atrás empieza a tocar la bocina. Primero con un tut tut cortito, típico de un “despertate, boludo”. No hay mucho que pueda hacer, está la clínica, hay coches estacionados de cada lado y tuuuuut tuuuuuuuuut. ¡Pero, che!, ¿qué querés que haga, que vuele? Mi hija se queda callada y me mira con incredulidad. Mejor le explico lo que está pasando, no vaya a ser cosa que ¡TUUUUUUUUUT TUUUUUUT TUUUUUUT! ¡Pero la reputa madre!, ¿qué carajo te pasa, estúpido? ¿no ves que no se puede pasar?
En cuanto puedo me hago a un costado para recontraputearlo y ahí la veo pasar, llorando, apurada por llegar quien sabe a donde. Yo me quedo mudo con la puteada atascada en la garganta mientras veo a mi hija que, con ojos de Miranda la lechuza y agarradita al asiento, descubre un papá que no conocía.
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