(...) Pensando que era por el bien de nuestra relación, que las circunstancias no eran las propicias, que tal vez no habría debido ser, el día anterior, tan amoroso con mi propio cuerpo, aprendí algo sobre lo cual las revistas femeninas y los programas de televisión de aquella época todavía no hablaban: aprendí a fingir un orgasmo. Como garantía de la felicidad del Otro, pensaba entonces. Hoy no sé.
Daniel Link, La mafia rusa, 2008
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