Era una fealdad que no pasaría desapercibida a nadie. No guardaba ninguna relación con esa fealdad mediocre que en el momento y en el lugar adecuados se troca en una especie de belleza, ni con la fealdad que revela la belleza de un espíritu. Era fealdad y no cabía describirla como nada más. Era un don del cielo, una perfecta fealdad, negada a la mayoría de las muchachas."
Yukio Mishima, La corrupción de un ángel, 1970
¿Hacía falta tanto, Yukio?
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