Podría haberla envidiado: era lo normal, muchas lo hacían. Como se la consideraba unánimemente superior en todo, era lícito tenerle bronca. Sin embargo, yo sentía un regocijo oscuro al verla bailar, como si en esa superioridad las que no éramos tan buenas recibiésemos nuestro merecido. Entonces decidí admirarla, que es una forma de amor sin expectativas de reciprocidad.
Las bailarinas no hablan, Florencia Werchowsky, 2017
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