En el instante preciso en que las cerdas del arco rozaron las cuerdas, Don Pancho desapareció. En su lugar estaba Francisco Amador Ordóñez, primer violín de la Orquesta Sinfónica Nacional.
Del instrumento comenzaron a brotar maravillosas las notas del Adagio para violín y orquesta en re número uno de Paganini.
Comenzó suave, como por casualidad. Cálido y romántico. Como sólo él podía interpretarlo. Sus dedos flotaban sobre las cuerdas como si danzaran al compás de la melodía que ellos mismos creaban.
Emoción y pasión flotaban en el aire fundiéndose en un solo sentimiento. Comenzó a escuchar al resto de la orquesta que lo acompañaba. Sobre todos ellos, su violín se destacaba majestuoso.
A medida que se acercaba al desenlace, la calidez cambió por una melancólica entrega. Hasta que un último embate musical marcó el final perfecto.
Oyó los aplausos y los gritos de un público entusiasmado y agradecido. Sus ojos se llenaron de lágrimas de glorias pasadas.
Embriagado de satisfacción y felicidad, Francisco Amador Ordóñez acomodó el violín dentro del estuche y se sentó a descansar. Inmediatamente se sumergió en un sueño tranquilo y profundo del cual ya nunca despertaría.
En otros departamentos, sus vecinos poco a poco dejaron de quejarse por aquel sonido completamente desafinado y grotesco que les impedía dormir...
Aplausos maestro!, simplemente hermoso.
ResponderBorrar