Cuando amamos, el amor es demasiado grande para poder contenerse enteramente en nosotros; irradia hacia la persona amada, encuentra en ella una superficie que lo detiene, lo obliga a volver hacia su punto de partida, y ese choque de retorno de nuestra propia ternura es lo que llamamos los sentimientos del otro y nos encanta más que a la ida, porque no reconocemos que procede de nosotros.
Marcel Proust, En busca del tiempo perdido, "A la sombra de las muchachas en flor", 1919
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