- Árboles en una noche de viento.
- Eso da un indicio de lo que has querido representar. ¿Son estos conos y círculos, pintados sobre fondo verde y amarillo, los árboles? ¿Y estas líneas tan singulares, que se desarrollan en forma de espiral, representan el viento de la noche? Es muy interesante, Anna, muy interesante. Pero, por Dios, hija, ¿qué has hecho de la bella naturaleza? ¡Si por lo menos una vez, quisieras ofrecernos con tu arte algo que hable al corazón, algo que represente la callada vida de las flores, un ramo de frescas lilas pintado con tanta fidelidad que crea uno estar percibiendo su encantador aroma, y que el vaso que contenga ese ramillete sea una porcelana de Meissen, en la que se vean dos figuras, un caballero que besa la mano de una dama, y que en la mesa todo sea brillante y primoroso…!
- Basta, basta, mamá. Tienes una imaginación extravagante. ¡Pero si ya no se puede pintar así!
- ¡Anna, no querrás decirme que, con tu talento, no puedes pintar algo semejante, algo que se dirija al corazón!
- Me interpretas mal, mamá. No se trata de que yo pueda o no hacerlo. Ya no se puede. La época y el estado actual del arte no admiten tales cosas.
Thomas Mann, La engañada, 1919
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