"¡Hera! ¿Adónde vas, que tan presurosa vienes del Olimpo, sin los caballos y el carro que podrían conducirte? (...) Ea, acostémonos y gocemos del amor. Jamás la pasión por una diosa o por una mujer se difundió por mi pecho ni me avasalló como ahora: nunca he amado así, ni a la esposa de Ixión, que parió a Pirítoo, consejero igual a los dioses; ni a Dánae Acrisíone, la de bellos talones, que dio a luz a Perseo, el más ilustre de los hombres; ni a la celebrada hija de Fénix, que fue madre de Minos y de Radamantis igual a un dios; ni a Sémele, ni a Alcmena en Tebas, de la que tuve a Heracles, de ánimo valeroso, y de Sérmele a Baco, alegría de los mortales; ni a Deméter, la soberana de hermosas trenzas; ni la gloriosa Leto; ni a ti misma: con tal ansia te amo en este momento y tan dulce es el deseo que de mí se apodera".
Homero, La Ilíada, siglo VIII a/c.
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